India y sus sadhus (renunciantes), con sus pruebas misteriosas. Una anécdota del próximo libro "Kriya Yoga: profundizando en tu práctica":
Hace años, en una playa de Rishikesh, India, fui sacada de mi meditación por los gritos de un sadhu que actuaba como un loco. Surgió como de la nada o eso pareció, en una tormenta de gritos e imprecaciones. Abrí mis ojos y le vi agitando una afilada espada de metal, atacando una y otra vez por la arena, gritando en hindi o en sánscrito, un lenguaje que no entendía. Parecía bastante perturbado, incluso furioso. No sabía si estaba cantando o enfadado con todos los occidentales de la playa, o con Dios mismo. Siguió vociferando durante una hora. Los occidentales, asustados por sus diatribas, agarraron sus esterillas de Yoga y sus cojines de meditación y se fueron en desbanda por la costa rocosa para encontrar la paz de los jardines de sus hoteles. El sadhu continuó con su bronca. Cerré mis ojos y seguí meditando. Encontré el sonido de su voz auténtico, excitante y calmante al mismo tiempo. Cuando después abrí mis ojos, el sadhu estaba sentado a mi lado, sonriéndome muy dulcemente. Habló en inglés: “Dios es Amor. El Amor es Dios. A veces debemos demandar su atención”. El sadhu me dio un diente de ajo y un puñado de hierbas y me dijo que los comiera, en ese momento y allí mismo. Lo hice. Luego dijo “nunca olvides que no hay diferencia entre el Amor y Dios. Para encontrar a uno, busca al otro”.
Hace años, en una playa de Rishikesh, India, fui sacada de mi meditación por los gritos de un sadhu que actuaba como un loco. Surgió como de la nada o eso pareció, en una tormenta de gritos e imprecaciones. Abrí mis ojos y le vi agitando una afilada espada de metal, atacando una y otra vez por la arena, gritando en hindi o en sánscrito, un lenguaje que no entendía. Parecía bastante perturbado, incluso furioso. No sabía si estaba cantando o enfadado con todos los occidentales de la playa, o con Dios mismo. Siguió vociferando durante una hora. Los occidentales, asustados por sus diatribas, agarraron sus esterillas de Yoga y sus cojines de meditación y se fueron en desbanda por la costa rocosa para encontrar la paz de los jardines de sus hoteles. El sadhu continuó con su bronca. Cerré mis ojos y seguí meditando. Encontré el sonido de su voz auténtico, excitante y calmante al mismo tiempo. Cuando después abrí mis ojos, el sadhu estaba sentado a mi lado, sonriéndome muy dulcemente. Habló en inglés: “Dios es Amor. El Amor es Dios. A veces debemos demandar su atención”. El sadhu me dio un diente de ajo y un puñado de hierbas y me dijo que los comiera, en ese momento y allí mismo. Lo hice. Luego dijo “nunca olvides que no hay diferencia entre el Amor y Dios. Para encontrar a uno, busca al otro”.
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