Cuenta el Srimad Bhagatavam
que en una ocasión Yasoda sostenía al pequeño Krishna en sus faldas, pero lo
tuvo que dejar en una silla para atender la leche que hervía. Krishna se enfadó
por ello y empezó a hacer trastadas, rompió una vasija de leche cuajada, y se
escapó en busca de queso. Cuando se hartó de comerlo, le dio el resto a un mono.
Yasoda vio el desastre en la cocina y se encontró a Krishna con la cara
embadurnada de queso y con el mono al lado, por lo que se enfadó de verdad.
“Ahora te vas a enterar”
exclamó. Agarró una cuerda y decidió atar a Krishna a un mortero de madera,
pero la cuerda era muy corta. Entonces juntó todas las cuerdas que pudo
encontrar, las unió, pero – ante su sorpresa – vio que no eran suficientes para
sujetarlo. Yasoda, confusa, no entendía nada.
Krishna, viendo a su madre
tan atónita, le sonrió y se dejó atar.
“El que no tiene principio
ni fin, extendido por todas partes, permitió que Yasoda lo atara. El Divino
deja que aquellos que lo aman lo controlen; aunque infinito y más allá de todo
alcance, puede ser atrapado a través del amor.”
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