Cuentan en India que los dioses y los demonios se pusieron de acuerdo en batir el océano cósmico para obtener el amrita, el néctar de la inmortalidad. Pero al hacerlo, lo primero que surgió fue el veneno, un veneno terrible que podría acabar con todos. Todos huyeron de él. Sólo el dios Shiva, más allá de toda dualidad, accedió a tomarse ese veneno, para proteger a la creación. Lo ingirió, pero el veneno se detuvo en su garganta, no llegó a su estómago. Como resultado su garganta se volvió azul; por eso uno de los nombres de Shiva es Nilakantam, que significa “garganta azul”.
La práctica intensa de pranayama (batir el océano) saca a la superficie los samskaras - todo tipo de patrones alojados en el subconsciente. El yogui debe estar bien asentado en el desapego para manejar estos patrones, lo que supone aceptarlos pero no seguirlos – como hizo Shiva, tragó el veneno pero no lo asimiló, no lo hizo suyo.
Existe una concepción algo romántica de que la energía kundalini se despierta dentro del estudiante, sube directa y automáticamente hacia el chakra de la corona, y el yogui se ilumina para siempre. Pero en realidad eso sería sólo el final de un largo proceso de transformación, y sólo sería posible cuando el circuito energético interno formado por los chakras y los nadis (canales de energía) esté purificado y activado. Hasta que llega ese momento, kundalini va elevando el nivel de consciencia y de energía. Esto supone que se va haciendo consciente lo que hasta ahora era inconsciente – se empieza a desencadenar un proceso de purificación.
- "Avanzando en el Yoga"
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