Fue Satchidananda, mi profesor de Kriya Yoga, quien un día me
sugirió que escribiera un libro sobre las enseñanzas de Jesús. Al principio me
sorprendió, pues, ¿qué podría decir a estas alturas sobre Jesús que no se
hubiera dicho ya? Él me dijo que escogiera algunas de sus palabras y meditase en ellas, escribiendo luego la comprensión interna que me viniera sobre su significado.
Así que me dediqué a ello,
hasta acabar escribiendo “El Yoga de Jesús”. Fue una época muy feliz
de mi vida, cada día lo dedicaba a una meditación diferente, un momento especial y único de sintonía. Y fue un ejercicio sanador. Escribir
este libro me permitió hacer las paces con el pasado, con mi sociedad, con una
parte de mí mismo. Comparando las citas con textos de Yoga descubrí que Jesús es un Siddha, un maestro de Yoga, y que
Oriente y Occidente hablan de lo mismo, a veces incluso con las mismas
palabras.
Posteriormente descubrí que
muchos practicantes de Yoga occidentales sentían también la necesidad de integrar la figura
de Jesús. Así que creo que el libro también cumple esa función. Algunas personas me han comentado – para
mi sorpresa – que leerlo fue una especie de catalizador en su búsqueda espiritual. A veces
lo releo con sorpresa, tiene una energía especial que proviene, probablemente,
no de mí, sino de estar en un estado de sintonía adecuado.
Poco después de publicarlo me fui
al norte de India con Satchidananda. Antes de salir supe que en Rishikesh había
una cueva donde santos como Papa Ramdas o Swami Rama Thirta dijeron que había
meditado Jesús mismo. Imprimí la descripción del lugar con la esperanza de
poder encontrarlo y meditar allí. Nada más llegar a India una compañera de
viaje me regaló una imagen de Jesús, la misma de la portada del libro, lo que interpreté como una buena señal. En
Rishikesh tomamos un taxi dos compañeros de viaje y yo, en busca de la cueva, veinte minutos de camino por una carretera llena de monos.
Nada más llegar al lugar previsto, saqué mis notas… y allí había un indio que hablaba
español, en dos minutos nos llevó a la cueva. Meditamos allí, una compañera
lloró por la emoción que sintió en el lugar. Sentí una presencia sobradamente
conocida y familiar, directamente vinculada con el corazón, y que el círculo se
cerraba: que Jesús, los Siddhas de Yoga e India estaban perfectamente unidos en la misma Verdad eterna, intemporal. El trabajo, fuera cual fuese, estaba ya cumplido. Me siento
profundamente agradecido por esta experiencia.
Sobre el libro:
El Yoga de Jesús
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