En muchas ocasiones, Trailanga swami fue visto tomar, sin efectos
nocivos para él, los más poderosos venenos. Millares de personas,
incluyendo a algunas que aún viven, han visto a Trailanga flotando en el
Ganges. Durante días enteros se le podía ver sentado sobre el agua, o
sumergido largo tiempo bajo las olas. Un panorama común en los baños
“ghats” de Benares, era ver el cuerpo inmóvil sobre las flamantes lozas,
completamente expuesto a los rayos candentes del sol de la India. Por
estos medios, Trailanga trataba de enseñar que la vida de un yogui no
depende del oxígeno, ni de otras condiciones consideradas
imprescindibles. ya fuera que él estuviera encima o debajo del agua, que su cuerpo estuviera expuesto a la fuerza de los rayos solares, el
maestro probó que vivía de la conciencia divina; la muerte no le podía
herir.
El yogui era grande no sólo espiritual, sino también
físicamente. Su peso excedía las 300 libras, una libra por cada año de
existencia de su vida. Como comía rara vez, el misterio se acentuaba aún
más.
Trailanga se presentaba siempre completamente desnudo.
Para la policía de Benares, éste era un problema desconcertante. El
swami, natural como el primitivo Adán, era del todo inconsciente de su
desnudez. La policía tenía completa conciencia de ello y, sin embargo,
lo encarcelaron sin ceremonia. Con asombro general, pronto el enorme
cuerpo de Trailanga se vió sobre las azoteas de la prisión. Su celda
permanecía aún cerrada de manera segura y nunca se encontró ningún
indicio de cómo pudo salir.
Los oficiales de la Ley,
descorazonados, ejercieron su deber una vez más. En esta ocasión, se
apostó un centinela delante de la puerta de la celda. A pesar de todo,
Trailanga fue visto paseando despreocupadamente sobre el techo de la
prisión. la justicia es ciega; los burlados policías decidieron seguir
su ejemplo.
A pesar de su cara redonda, y su enorme estómago
semejante a un barril. Trailanga comía pocas veces. En ocasiones
permaneció varias semanas sin tomar alimentos, para luego romper su
prolongado ayuno, bebiendo grandes baldes de leche cuajada que le eran
ofrecidos por los devotos. Cierta vez un escéptico quiso ponerlo en
evidencia como un charlatán, y puso delante de él un balde con una
mezcla de cal de la que se usa generalmente para blanquear las paredes y
le dijo con fingida reverencia:
- Maestro, le he traído este
cubo de leche cuajada; bébalo usted.
Trailanga, sin titubear, se bebió
hasta la última gota del ardiente contenido. Pocos minutos después, el
malhechor caía al suelo, sufriendo terribles dolores.
- Sálveme, Swami; sálveme de este fuego interior que me consume y perdone mi malvada prueba.
El gran yogui rompió su silencio habitual y le dijo:
- ¡Burlón! No te diste cuenta, al ofrecerme el veneno, de que mi vida
es una con la tuya propia. Ahora que ya conoces la Ley del Talión
divino, nunca más hagas maldades a los demás.
El bien castigado pecador, curado con las palabras de Trailanga, se escurrió sumisa y calladamente.
"Autobiografía de un yogui", Yogananda
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