La consciencia es la facultad de darse cuenta de volverse sabedor de
cualquier cosa, sea lo que sea, a través de la identificación con ella. Pero la
consciencia divina no sólo es consciente, sino que sabe y ejecuta. Porque la
mera consciencia no es conocimiento. Volverse consciente de una vibración, por
ejemplo, no significa que conozcas todo sobre ella. Sólo cuando la consciencia
participa en la consciencia divina obtiene conocimiento pleno mediante la
identificación con el objeto.
Pero la consciencia divina se identifica con su objeto y lo conoce completamente, porque siempre se vuelve una con la verdad esencial o ley inherente en cada hecho. Y no sólo conoce, sino que, mediante el conocer, produce lo que quiere. Ser consciente es para ella ser efectivo – cada uno de sus movimientos es un relámpago de omnipotencia que, además de iluminar, inflama su camino finalmente hasta la meta dictada por su naturaleza-verdad.
Tu consciencia ordinaria está muy mezclada con la inconsciencia – ésta
desorienta, tensa, y está impedida, mientras que por la unidad con el Supremo
compartes la Naturaleza Suprema y obtienes el conocimiento pleno siempre que te
vuelvas a observar cualquier objeto y te identifiques con él. Por supuesto, esto
no equivale a abrazar todos los contenidos de la consciencia divina.
Tus movimientos se vuelven verdaderos, pero tú no posees todas las
múltiples riquezas de la actividad divina. Aun así, dentro de tu esfera, tú
eres capaz de ver correctamente y según la verdad de las cosas – lo que es
ciertamente más que lo que llama en términos yóguicos “conocimiento por
identidad”. Porque el tipo de identificación que enseñan muchas disciplinas
yóguicas extiende tus límites de percepción sin atravesar el corazón más
interno de un objeto: ves desde dentro, por así decirlo, pero sólo su aspecto
fenoménico. Por ejemplo, si te identificas con un árbol, te vuelves consciente
de la forma como un árbol es consciente de sí mismo, aun así no llegas a
conocer todo sobre un árbol por la simple razón de que por sí mismo no posee
tal conocimiento. Compartes los sentimientos internos del árbol, pero
ciertamente no comprendes la verdad que representa, igual que por ser consciente
de tu propio ser natural no posees de una vez la realidad divina que
secretamente eres. Mientras que si eres uno con la consciencia divina, tú
conoces – cuál es la verdad tras él, en resumen, conoces todo, porque la
consciencia divina conoce todo.
Entregarte al Divino es renunciar a tus estrechos límites y
permitirte ser invadido por Él, y hacer un centro para su juego. Pero debes
tener en mente que la consciencia universal, tan amada por los yoguis, no es el
Divino: puedes romper tus límites horizontalmente si quieres, pero estarás
bastante equivocado si tomas a la sensación de amplitud y de multiplicidad
cósmica como el Divino. El
movimiento universal es, después de todo, una mezcla de falsedad y de
verdad, de modo que parar ahí es ser imperfecto; porque puedes muy bien
compartir la consciencia cósmica sin alcanzar nunca la Verdad trascendente. Por otro lado, ir al Divino es también alcanzar la realización
universal y aun así permanecer libre de falsedad.
La barrera real a la auto-entrega, sea a lo Universal o a lo Trascendente,
es el amor del individuo a sus propias limitaciones. Es un amor natural, ya que
en la misma estructura del ser individual hay una tendencia a concentrarse en
los límites. Sin eso, no habría sentido de la separación – todo estaría
mezclado, como sucede bastante a menudo en los movimientos mentales y vitales
de la consciencia.
Porque en el Divino no pierdes realmente tu individualidad: tú sólo
renuncias a tu egoísmo y te vuelves el individuo verdadero, la personalidad
divina que no es temporal como la construcción de la consciencia física, que es
normalmente tomada como tu ser."
La Madre
"Uno puede poseer todo el universo y sentir, sin embargo, que el Señor le elude"
Sri Yukteswar
La Madre
"Uno puede poseer todo el universo y sentir, sin embargo, que el Señor le elude"
Sri Yukteswar
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