viernes, 13 de mayo de 2011

Descubrir la presencia gozosa


Si buscamos algo estable dentro de nosotros, veremos que la impermanencia existe también en nuestro interior. Nuestros pensamientos cambian constantemente. Nuestras emociones, tan intensas y definitivas que parecen cuando las experimentamos, también cambian de un momento a otro. Hasta nuestro cuerpo físico va cambiando. En todo este cambio ¿dónde está nuestro “yo”?

Hay algo en nosotros que presencia estos cambios, lo que algunos llaman “el testigo”. El Siddha Patanjali lo llama “el Vidente” – el que ve (Yoga Sutras). Esa “parte” es nuestro Ser: la consciencia.

La consciencia es la única constante en toda nuestra vida; frente a los incesantes cambios mentales, emocionales y físicos que vivimos, hay algo o alguien que los experimentan. La consciencia es indefinible e inagotable por sí misma, ya que no es un objeto, sino lo que hace posible la experiencia de los objetos – lo que llamamos “realidad”.

Cuanto más vivenciamos la consciencia pura, separada de su identificación con los objetos, más experimentamos el gozo incondicional. Este gozo es una alegría que surge de dentro, sin ninguna razón externa. Los niños, cuya consciencia fluye libre, sin la restricciones mentales de los conceptos y prejuicios de la edad adulta, están llenos de este gozo. Los Siddhas definen al Ser como Ser-Consciencia-Gozo (Satchidananda). Para ellos nuestra naturaleza última es consciencia pura, con su acompañante, el gozo. Esta naturaleza se pierde de vista a sí misma cuando es arrastrada por los vaivenes del mundo, velada por los deseos y las pasiones, por los pensamientos y los armazones mentales.

Así que detrás de nuestros pensamientos, sentimientos y percepciones hay una presencia gozosa, un testigo incondicional que está siempre en gozo, veinticuatro horas al día. Cultivar esta presencia es un arte, el arte de la alegría de vivir. Para ello se practica constantemente el ser el testigo de todo, aplicando nuestra atención y consciencia plenas a todo lo que hacemos y vivimos.

La regla es: la atención incondicional produce gozo incondicional.

La práctica del testigo abre nuevas formas de vivir nuestra experiencia ordinaria, fuera del hábito y de la compulsión mecánica, y nos abre también más posibilidades de actuación, más inspiradas. El ego, nuestra identificación constante con cuerpo-mente-emociones, carga con múltiples estructuras mentales y vitales, a las que se aferra a cada paso, en busca de una seguridad imposible. La Presencia es gozosamente libre en el ahora, no carga con nada.

El ego es un cazador por naturaleza, basa su existencia en conseguir “cosas” para satisfacer y entretener la mente, las emociones y las percepciones. Esto se llama búsqueda del placer. Pero todo placer (sea mental, emocional o físico) es dual por naturaleza: se agota en su extremo, cayendo en su opuesto.

El gozo incondicional - a diferencia del placer – no está en conseguir cosas, sino más bien en “ser”… o en “estar”. Estar plenamente presente. Eso es el Ser: una presencia.

Cuando perseguimos cosas para ser felices acabamos persiguiendo pastillas. En Occidente, donde tenemos y gastamos más dinero, energía y recursos en consumir “cosas”, tenemos un altísimo índice de venta de somníferos y antidepresivos. Las “cosas” que consumimos no acaban de satisfacernos, y los consumidores acabamos consumidos. Las demandas de nuestro ego son insostenibles, no sólo para el planeta, sino para nuestro sistema nervioso.

Así que quizá deberíamos cambiar de enfoque. La práctica de la presencia supone un cambio de perspectiva; una perspectiva desde el testigo, que te permite verte, encontrar tu Ser en medio del ruido del mercado.

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