miércoles, 30 de marzo de 2016

Perturbaciones de superficie


Dudas, lucha, esfuerzos y fracasos, lapsos, alternancia de felicidad y de infelicidad, condiciones buenas y malas, estados de luz y estados de oscuridad es el destino común de los seres humanos. No son creados por el Yoga ni por el esfuerzo por la perfección, sólo que en el Yoga uno se vuelve consciente de sus movimientos y de sus causas en vez de seguirlos ciegamente, y al final uno se abre camino a través de ellos hacia una consciencia más clara y más feliz. La vida ordinaria permanece hasta el fin como una serie de problemas y luchas, pero el practicante de Yoga emerge de los problemas y de la lucha a un terreno de serenidad fundamental que las perturbaciones superficiales pueden tocar pero no destruir, y finalmente, todas las perturbaciones cesan del todo.


Sri Aurobindo

jueves, 24 de marzo de 2016

La cueva de Jesús en la India


Poco después de la publicación del libro "El Yoga de Jesús" tuve oportunidad de viajar al norte de India con Govindan Satchidananda, mi profesor. Antes de salir supe que en Rishikesh, uno de los sitios que íbamos a visitar, al pie del Himalaya, había una cueva donde santos de India como Papa Ramdas o Swami Rama Thirta dijeron que había meditado Jesús mismo. Tras haber dedicado los años recientes a escribir sobre sus enseñanzas desde el punto de vista del Yoga, me pareció cuanto menos interesante que me llegase esa información. Guardé la descripción del lugar con la esperanza de poder encontrarlo y meditar allí. La localización de la cueva no parecía fácil. Algunas guías turísticas decían, además, que las afueras de Rishikesh podían ser un lugar peligroso.

Nada más llegar a India una compañera de viaje me regaló una imagen de Jesús, la misma de la portada del libro, pensé que era una buena señal. Así que en Rishikesh tomamos un taxi dos compañeros de viaje y yo, en busca de la cueva, situada a media hora de coche, atravesando un camino lleno de curvas y de monos. Lo cierto es que, lejos de la ciudad, al abandonar la carretera y descender al lecho del río Ganges, nos vimos inundados por una paz confortadora; es un sitio donde muchos renunciantes practican la meditación. 


Al llegar al lugar de referencia para empezar nuestra búsqueda, saqué mis notas, aunque realmente tenía pocas esperanzas de localizar ese sitio, y además tampoco teníamos mucho tiempo. Pero había allí un indio ¡que hablaba español! Le enseñé mis fotocopias, y sin más tardanza habló con alguien del lugar, y en cinco minutos nos había llevado a la cueva.

El lugar era pequeño, y hubo que trepar un poco por las piedras. Meditamos allí, sudando por el calor húmedo de la tarde. Pero la meditación allí satisfizo nuestras expectativas: energéticamente fue una de las experiencias más poderosas del viaje, sobre todo en las horas posteriores. Al meditar sentí una presencia sobradamente conocida y familiar (después mis acompañantes compartieron una experiencia similar), directamente vinculada con el corazón, y que el círculo finalmente se cerraba: comprendí cómo Jesús, Babaji y la India estaban perfectamente unidos.  Me siento muy agradecido por esta experiencia.

Tres años después volví a Rishikesh y fui con una amiga otra vez a la cueva para meditar. Pero cuando llegamos, sorpresa, la cueva estaba ocupada por un joven sadhu, un renunciante vestido con una túnica ocre. La entrada estaba cerrada - por así decirlo - con una tela. Nos acercamos hacia allí. Lo que pasó a continuación me sigue confundiendo: intercambiamos una mirada y una sonrisa con el joven sadhu, y sencillamente entramos dentro de la cueva a meditar, mientras él se hacía respetuosamente a un lado. Ahora lo pienso y no entiendo cómo me metí allí sin más, pero en ese momento fue algo natural y fluido (en India pasan cosas así, cosas lógicas que no siguen la lógica...).

La meditación allí nos devolvió una vez más esa sensación de familiaridad y plenitud, esa plenitud que alimenta y llena el corazón. Al acabar mi amiga se puso a llorar, feliz y desbordada por ella. Y a continuación,  muy despacito, se introdujo amable y sigilosamente el sadhu de la cueva, dejándonos respetuosamente una bandeja con dos tés que nos había preparado mientras meditábamos. ¿Quién era ese sadhu? Era muy joven, bello y dulce. Le pedí si le podía hacer una foto, se negó modestamente, pero me ofreció a cambio que le hiciera fotos a unos cachorros de perro que me trajo, que parecía haber adoptado. Me acordé que hacía bastantes años me aficioné mucho al calendario maya (uno ha hecho cosas muy raras en esta vida), y el perro era el arquetipo del corazón y del amor. 


Nos despedimos con cariño del sadhu, le dejamos dinero - que lo miró extrañado - y volvimos al mundo. 


Espero regresar allí otra vez. Aunque mi aspiración es encontrar esa cueva dentro.