sábado, 14 de febrero de 2015

La noche de Shiva

Igual que por la noche nuestra mente crea mundos, y al despertar sólo estamos nosotros, la consciencia manifiesta la energía (Shakti) que da forma a la multiplicidad de seres de la creación. Pero si indagas en tu consciencia, sin ser entretenido por los contenidos que aloja, no encontrarás fondo, ni principio ni fin. 

Lo que siempre ha sido, lo que siempre es, lo que siempre será, el centro de la rueda de todas las manifestaciones, es Shiva. Es la consciencia pura, nuestro ser real, que reencontramos cuando nos libramos de los apegos y contenidos de la mente - incluyendo la ilusión de que somos un ser separado de todo.

Shivaratri, la noche de Shiva, se celebra cuando la luna muestra su más recortada silueta antes de desaparecer en la luna nueva. Igualmente, cuando mengua nuestra mente, con sus incesantes y cambiantes contenidos,  experimentamos la realidad de nuestro ser, Shiva, la consciencia pura que origina y sostiene a todas las formas y a todos los seres.

Shiva, a diferencia de otros aspectos divinos de India, no tiene origen, no nace, ni fin. De hecho una de las imágenes religiosas más antigua que se conocen de la humanidad, encontrada en Mohenjo-Daro, Pakistán, se dice que representa a Shiva sentado en postura del loto. En India el Yoga y la música (con su complejo sistema de “ragas”) se originan en Shiva; se considera así el gurú de todos los gurús, pues otorga el conocimiento que hace que los individuos recobren su naturaleza real, el Ser, liberándolos del engaño de la multiplicidad sin fin.

El mantra de Shiva es tan poderoso que todos pueden recitarlo – a diferencia de otros mantras - sin ser iniciados en él por un maestro: “Om Namah Shivaya”.

Las historias de Shiva son muy divertidas. Su compasión es eterna, y tiene el cuello azul porque absorbió el veneno del mal karma de toda la humanidad – sólo Él, asentado en el Ser puro, más allá de la dualidad de las preferencias humanas, pudo aceptar ese veneno.

Se dice que mora en el monte Kailash, en Tibet, (una montaña que ningún hombre ha escalado), y que vive rodeado de un séquito de espíritus y fantasmas horripilantes. En una ocasión le preguntaron por qué aceptaba vivir rodeado de tales acompañantes, a lo que respondió: “míralos, si no los acepto yo, ¿quién los va a querer?”.

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